por Macarena Urenda S.
Cuan importantes son los afectos en la vida de las personas. A veces pienso que la única diferencia radical entre los seres humanos y por desgracia en ocasiones irremontable, es cómo hemos sido favorecidos o no al llegar a este mundo y ser recibidos con o sin afecto. Cuán importante es, a medida que vamos creciendo, levantar nuestra vista y encontrar esa mirada que nos sostiene y parece decirnos vamos tú puedes! Esa mirada afectuosa que nos consuela cuando estamos tristes, la que nos acoge en nuestros temores e inseguridades., que disfruta de nuestras historias. La que vibra con nuestros sueños . Esa mirada, que los expertos en Sicología dirán que va contribuyendo a que formemos nuestra identidad y seamos más o menos inseguros, más o menos confiados y con una menor o mayor autoestima, suele ser las de nuestros padres. Pero también puede ser la de nuestros tíos, de amigos de la familia y, como no! Cuándo somos más que afortunados es también la de nuestros abuelos.
En eso pienso cuando acompaño a mi hijo Pablo a despedirse de su abuelo, mi padre. El se va por más de un año a estudiar un postgrado en una universidad norteamericana. Cuando los miro a ambos, no pienso en los más de 60 años que los separan sino en las muchas experiencias compartidas que los unen. Los escucho hablar de Historia, Política, Filosofía. Comentar de la Hípica y de Futbol. Oigo sus risas, sus miradas cómplices y me sorprendo al constatar una vez más, de cuánto se han acercado el uno al otro en estos últimos dos años. Desde que murió mi madre, Pablo duerme en su cama sagradamente todos los miércoles al lado de él. Es parte de los famosos turnos que inventamos los hijos y los nietos para acompañarlo en el primer tiempo de su viudez. Al principio me cuenta Pablo, no podía dormir. Los ronquidos de su abuelo lo despertaban a media noche y desconocía la cama y la habitación en medio de la oscuridad. Sin embargo se acostumbraron muy pronto el uno al otro y esos días y noches compartidos se convirtieron en un pequeño regalo que ambos esperaban y disfrutaban. Ahora me aterra pensar en lo mucho que se extrañaran. No quiero creer en que tal vez no vuelvan a verse. Sólo sé lo bendecidos que han sido al tenerse.