por Macarena
Urenda Salamanca
En estos días a propósito de
los movimientos sociales y de los resultados de encuestas de opinión pública
respecto de las principales instituciones del estado los que contrastan con los
indicadores económicos del país, ha
vuelto instalarse en la agenda pública la vieja discusión acerca de la relación que existe entre la percepción de
felicidad y el estado de la economía de
una nación. Un buen punto de partida para
el análisis de este tema, parece ser
la revisión de algunos
conceptos claves asociadas a felicidad.
En general ha habido una creencia de que existe una relación estrecha
entre las condiciones adquisitivas de las personas con calidad de vida, mayor bienestar y como
consecuencia de ello, mayor felicidad. Esta relación sin embargo no es tan
causal como se percibe, aunque
obviamente existe una gran relación entre estos tres conceptos.
Según la Organización Mundial de la Salud, la calidad de vida es “la percepción que un
individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y
del sistema de valores en los que vive y en su relación con sus objetivos, sus
expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que
está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado
psicológico su nivel de independencia sus relaciones sociales así como sus
relación con los elementos esenciales de su entorno” Uno de los conceptos que
en ocasiones se utiliza como equivalente al anterior es el de bienestar que se
vincula mas bien a factores económicos objetivos. El bienestar individual
consistiría en la conciencia de cada individuo de tener satisfechas en gran
parte, o todas de sus necesidades personales.
Respecto de la felicidad, entendida como la sensación de bienestar
subjetivo, existen estudios que indican
que los 7 factores que más la afectan son relaciones familiares, situación financiera, trabajo,
comunidad y amigos, salud, libertad
personal y valores personales.
Una de las cuestiones que plantea la economía de la
felicidad es la de la relación entre renta y felicidad entendida esta última
como la percepción subjetiva que declaran los individuos acerca de su propio bienestar. La mayoría de
los estudios acerca de este tema han concluido que la relación entre felicidad
e ingresos existe y es sólida, es decir,
el dinero sí da más felicidad y quienes
tienen más renta se declaran porcentualmente más felices que quienes tienen
menos. Sin embargo esta correlación no
es absolutamente proporcional ya que hay muchos estudios que demuestran que
los incrementos de renta no implican incrementos de felicidad. La tendencia de
estos estudios muestra que los ingresos adicionales son realmente valiosos
cuando sirven para elevar a las personas por
encima del umbral de la pobreza pero no siguen aumentando
progresivamente una vez que las personas han alcanzado un índice de bienestar
razonable.
A partir de lo anterior cabría preguntarse si es importante
que el estado intervenga en la economía para posibilitar que la gente sea más
feliz fomentando los factores que influyen positivamente en los niveles de
felicidad y tratando de disminuir los factores que influyen negativamente en
las mismas. A mí me parece que sí, pero
que esto es ciertamente no es una tarea exclusiva del estado. Todos debemos trabajar y sumar esfuerzos, desde nuestras diversas
posiciones, en: disminuir las brechas salariales con el objetivo de asegurar
una calidad de vida digna para todos, mejorar las condiciones de vida de los
ciudadanos, establecer políticas que mejoren nuestra calidad de vida familiar,
invertir en educación, en tiempo libre y en salud pública. Así no sólo seremos
una sociedad más desarrollada y democrática, sino ciertamente una sociedad más
feliz