por Macarena Urenda Salamanca
Una de las cosas que disfruto los
fines de semana es poder leer reposadamente los diarios. La revisión apresurada
de los titulares que hago a veces en papel y a veces por internet durante los días de semana, el sábado logro transformarla en al menos una hora de
delicia en la cama y acompañada de un rico desayuno. Hace poco en eso estaba,
cuando leí una columna muy interesante que
se titulaba ¿Qué es ser adulto? dónde el columnista Rodrigo Guendelman reflexiona acerca de lo que significa ser
adulto en estos tiempos llegando a la
conclusión de que para ser adulto lo fundamental es dejar de seguir buscando
culpables externos y hacerse responsable de su propia vida. Como el mismo dice: “Para crecer, para cambiar el folio emocional, para ser realmente grande hay que hacerse un
poco de nanai perdonarse perdonar dejar de maldecir y gritar de una vez: se
acabó”
En mi tarea de concejala de Viña
del Mar me ha tocado asistir a numerosas celebraciones del día del niño y, observando a tantos niños jugando y recibiendo dulces acompañados la
mayoría de las veces de sus padres, me he
preguntado si estos, los padres, son
realmente adultos. Porque esa es la
cuestión ¿Cómo puedo ser un buen padre si no me he convertido en adulto? Porque…
si ser niño significa depender de otros, ser padre (o madre) significa hacerse cargo de otros. Y ¿cómo me puedo hacer cargo de otros si no
soy capaz de hacerme cargo de mí mismo? Para vivir realmente la infancia y
crecer integrándose de manera armónica y progresiva al mundo de la adultez un
niño requiere contar en su hogar con la
presencia de al menos un adulto. Ese
adulto debe acompañarlo, amarlo y educarlo. Debe contener emocionalmente al
niño, manejando el mismo sus propias
emociones, sin culpas, con orientación disciplina y por sobre todo
afecto y valoración. Los niños no son
responsables de que hayamos tenido un mal día,
un fracaso o una infancia poco feliz. Ellos están llamados a ser felices y
para ello deben vivir su infancia en plenitud.
Nosotros, los adultos, por muy
dura que haya sido nuestra vida anterior o nuestro día presente, debemos
entender que ellos son un regalo que ha llegado a nuestras vidas y ese regalo mientras
los tengamos con nosotros, hay que valorarlo, disfrutarlo y cuidarlo.