miércoles, 8 de agosto de 2012

¡Qué es ser niño?


por Macarena Urenda Salamanca 

Una de las cosas que disfruto los fines de semana es poder leer reposadamente los diarios. La revisión apresurada de los titulares que hago a veces en papel y a veces  por internet durante los días de semana,  el sábado  logro transformarla en al menos una hora de delicia en la cama y acompañada de un rico desayuno. Hace poco en eso estaba, cuando leí una columna muy interesante que  se titulaba ¿Qué es ser adulto? dónde el columnista Rodrigo Guendelman  reflexiona acerca de lo que significa ser adulto en estos tiempos llegando  a la conclusión de que para ser adulto lo fundamental es dejar de seguir buscando culpables externos y hacerse responsable de su propia vida.  Como el mismo dice: “Para crecer,  para cambiar el folio emocional,  para ser realmente grande hay que hacerse un poco de nanai perdonarse perdonar dejar de maldecir y gritar de una vez: se acabó”

En mi tarea de concejala de Viña del Mar me ha tocado asistir a numerosas celebraciones del día del niño y,  observando a tantos niños  jugando y recibiendo dulces acompañados la mayoría de las veces de sus padres,  me he preguntado si estos, los padres,   son realmente adultos.  Porque esa es la cuestión ¿Cómo puedo ser un buen padre si no me he convertido en adulto? Porque… si ser niño significa depender de otros,   ser padre (o madre)  significa hacerse cargo de otros.  Y ¿cómo me puedo hacer cargo de otros si no soy capaz de hacerme cargo de mí mismo? Para vivir realmente la infancia y crecer integrándose de manera armónica y progresiva al mundo de la adultez   un niño requiere  contar en su hogar con la presencia de  al menos un adulto. Ese adulto debe  acompañarlo,  amarlo y  educarlo. Debe contener emocionalmente al niño, manejando  el mismo sus propias emociones, sin  culpas,  con orientación disciplina y por sobre todo afecto y valoración.  Los niños no son responsables de que hayamos tenido un mal día,   un fracaso o una infancia poco  feliz. Ellos están llamados a ser felices y para ello deben vivir su infancia en plenitud.  Nosotros, los adultos,  por muy dura que haya sido nuestra vida anterior o nuestro día presente, debemos entender que ellos son un regalo que ha llegado a nuestras vidas y ese regalo mientras los tengamos con nosotros, hay que valorarlo,  disfrutarlo y cuidarlo.